Sueños que perduran

Niebla, fortaleza inexpugnable durante siglos, no perdió nunca su rango de soberana del espíritu; aun subyugada, en el mismo seno del Islam, por monarcas orientales, conservaba su poder de atracción. Sedujo a sus dueños por su encantos, haciéndose de ella baluarte de una raza. El turista, que ávido de contraste se acerca a la vieja Ilipula, percibirá rápidamente el embrujo de Oriente. Niebla está profundamente islamizado; no pierde el sabor de aquel mundo que cabalgó por inmensos desiertos, y bajó por abruptas montañas hasta asentar sus plantas en nuestra península.

Conozcamos esta ciudad cuando el sol derrama sus rayos en cataratas de fuego, o cuando la luna asoma con timidez por el horizonte.

En plena luz del día, cuando los pueblos agrícolas duermen, sueño que me he puesto a contemplar ese remanso de paz, solo turbada por grupos de arrieros que atraviesan caminos polvorientos, conduciendo carros y recuas entre restallidos de látigos y canciones que afloran de labios nostálgicos. Las voces suenan melancólicas, nadando en el ambiente un exceso de embrujo. El viento, al rozar viejos torreones, hace sonar una dulzaina que dejó olvidada un aguerrido morisco del Atlas, para que el encanto de Oriente perdure en Lebla.

Los rebaños van volviendo lentos, perezosos, buscando la sombra eterna que les brinda la arboleda. Ya no se observa el sol. La luz agoniza, y pierden su blanco color las nubes. Solo los prados defienden aun el encanto de su verdor.

¡Se fue la tarde¡ No solo en los crepúsculo vespertinos embruja Niebla al visitante. También en las noches de luna brinda espectáculos de maravilla.

¡Noche de luna! Sublimación de la magia lírica de las callejas moras. La luna de esta ciudad resplandece con gran intensidad, para dejar caer su luz blanca como regalo del cielo; no refleja sobre la tierra las siluetas de los grandes edificios ni la suntuosidad de esbeltas torres. Es una luminosidad difusa, como si tiñera el paisaje de sublime nostalgia. Esta impresión de los límites de las sombras, hace mas depurado el espectáculo de sus calles. El cielo resulta así mas intensamente azul; las estrellas no parpadean. Parecen diamantes incrustados en el cielo. No oscilan, no se estremecen de inquietud, como en otros lugares. Poseen una extraña fijeza decorativa.

Abajo, sus moradores, deambulan entre las sombras de la penumbra, camino del descanso. A veces, al alejarse, dan la sensación de haber sido tragadas por las murallas. Por las rejillas de algunas ventanas, escapan rayos de luces para perderse en la lejanía. Troncos de viejos árboles, que perdieron sus verdes hojas, por cierto tiempo, finge sobre la penumbra, patas de insectos gigantes que estuvieron tejiendo su red. Y es su silueta, reflejada sobre blancas paredes, como un sobresalto en el silencio acariciador de la noche.

El secreto de esta histórica ciudad no lo encontraremos nunca. Fue esparcido por los aires para que se cerniera, con arrobador embeleso, sobre esta ciudad.

No esperéis ver las maravillas artísticas de Granada, ni la grandeza de Córdoba, el secreto sugestivo reside aquí en un misterioso hechizo que hace ver lo que no existe. Como si un mago hiciese prestidigitación con sueños que quedaron en el subconsciente.

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