Historia ciudadana de Niebla


Me contaba un turista, que había recorrido España para contemplar sus monumentos, que tenia mucho interés en visitar Niebla, pues había oído decir, que era los pueblos donde su vieja tradición agarena quedo incólume a pesar de los años.

Efectivamente, el apasionado turista, se presentó un día en la ciudad, provisto de maquina tomavistas y una exótica indumentaria, que desentonaba con el ambiente.

Contemplando las murallas, que circundan el pueblo, vio con admiración, como crece entre las heridas de sus torreones, hierbas de la mas variadas especies. Conversó con un grupo de campesinos que volvían de sus obligaciones, con esa sana alegría que da el deber cumplido; gustándole oír las opiniones de aquellos hombres curtidos por el fuerte sol andaluz.

¿Qué mejor que aquellos podían contarle el pasado y presente de su pueblo?

Al borde de la carretera, y a la vista de las murallas, interrogó a un hombre que portando un apero de labranza, se encaminaba a su hogar. Charlaron un buen rato, y a pesar de su dificultad idiomática, se comprendieron, y como colofón a este agradable coloquio, remojaron sus sedientas gargantas con rico mosto de la tierra.

Sacó en conclusión, de aquella efímera amistad campesina, que existe un gran porcentaje de iliplense que se interesan por la historia de su pueblo.

Hay un pequeño núcleo de indiferentes; quizás por desconocimiento de la misma; quizás por la angustia vital de los tiempos. Observamos, que esta indiferencia por el pasado, se manifiesta hoy en muchos lugares de la tierra. Siendo característica de la actual época, su apatía histórica.

En los pueblos, eminentemente agrícolas como Niebla, donde las labores del campo prolongan el trabajo hasta el borde de la noche, se enseña al hombre a amar a su terruño con el mayor cariño.

El estimulo moral, que recibe el productor del campo, a través de la tierra, es el mejor fruto de su tesón en el trabajo. A veces su rudo esfuerzo, no compensa sus necesidades cotidianas, y buscan, como las abejas, otros lugares donde poder sobrevivir.

Al forastero, le encanto la sencillez del pueblo iliplense, y le sedujo en extremo, las riquezas artística que atesora la ciudad.

Antes el interés demostrado por las cosas de Niebla, el campesino, le mostró un grueso libro, donde se condensan las glorias de esta ciudad amurallada; y cogiendo al azar, una pagina del mismo, leyó al forastero este interesante relato; “Veo avanzar a un sultán por el camino que sigue el río.

Su hermoso caballo blanco bereber, avanza majestuoso, con arreos de oro. Detrás de él se mueve un brillante séquito de jinetes que se cubren con capa blanca y turbante de color azul. El sultán es todavía joven y fuerte. Sus audaces ojos, olvidados de aventuras, miran ensoñadoramente la muchedumbre que le sigue, pero llenos de ternura, se posan en una policroma litera que aloja a su esposa favorita. Pesadas cortinas de seda rojo, cubiertas con sentencias del Coran bordadas en oro, ocultan el celestial rostro, para que no llegue a el ninguna mirada profana. Solo la luna, con su gentil coquetería, introduce sus rayos de luz entre el terciopelo y la seda, para besarla.

Al pié de las murallas, una joven lugareña, de belleza radiante, señera y atractiva como nunca la había visto, saludaba a la comitiva, con esa angelical sonrisa de mujer de esta tierra.

Un chiquillo, con ansias de contemplar tanta grandeza, semejante a los cuentos de las Mil y Una Noches, abre brecha entre la compacta multitud, para internarse en la fortaleza, que brilla como ascuas de fuego. Un minarete, inseparable de su mezquita, se alza en la noche para contemplar el parpadeo de las estrellas.

Lo que te he leído, es solo un pasaje de la historia de mi pueblo. Cualquier pagina del libro de su vida, está saturada de embrujo y misterios.

El extranjero, comprendió lo que oyeron sus oídos; supo valorar lo que vieron sus ojos. Por su boca, salieron las mayores alabanzas, y en su mente quedó grabada la hermosa estampa de un pasado grandioso.

¿Qué seria de los pueblos, faltos de tradiciones históricas, lleno de problemas irresolutos, donde la vida crece, se mecaniza, pero sin un alma que los haga recordar su pasado? Pues que faltos del encanto peculiar de unas tradiciones, forjadas en piedras a través del éter, caería en la monotonía del presente, siempre caduco, por el ritmo veloz que marcan los tiempos.

No hay comentarios:

Publicar un comentario