A la orilla del Río Tinto


Río abajo de Niebla, casi detrás de la estación de Las Mallas, hay un rincón que especialmente me atrae, La orilla es rocosa, abierta en anchos escalones de piedra fofa. Allí se ha formado una pequeña playita con arena que arrastra el río; el agua escarlata pasa cantando, y frente se ven los cantiles blancos de la cantera.

He ido muchas veces allí a sentarme a la orilla del agua. Por el hondo valle siempre hay brisas; los eucaliptos se estremecen y se riza su reflejo verde en el rojo espejo del agua. Cuando ha llovido mucho, el río viene repleto y el agua tiene un color terroso, como de agua sucia; yo lo prefiero en el estiaje, cuando no hay demasiada agua en el río y esta tiene un intenso color escarlata.

Ese rincón me gusta porque esta frente a los rápidos, donde el agua canta y salta en espuma. Es escasa la única ternura de este paisaje. Las cañadas del Tinto, frente a Niebla, son de una belleza cruel y desnuda, de rocas rojiza como si fueran escorias de un incendio apocalíptico. Todo está seco requemado, una atmósfera pesada flota sobre las jaras y los eucaliptos en una tierra trágica, Es uno de esos paisajes alucinantes no hecho a escala humana, en donde el hombre es extraño y se presiente que va a ocurrir algo irracional y terrible. Uno se siente como en medio de una pesadilla.

Entonces uno mira los muros rojizos y amenazadores de la ciudad allá en lo alto del peñasco, unos muros que mas que obra del hombre parece haber surgido de la tierra, y sobre la que se ciernen los cernícalos, y se siente vivir en otro mundo distinto, sin tiempo y sin piedad, es donde gritan por los aires los muertos y los vivos y el agua roja del Tinto es la sangre derramada de los sueños.

Uno sale como de un sueño y vuelve otra vez a mirar la ciudad amurallada. Si, es Niebla, la ciudad de la guerra y las matanzas. Aquí es donde reinaron los reyes beréberes, “los bárbaros”, donde cantaron el amor y al vino, y acabaron bajo el filo de la espada. Eso dice la historia. Pero la historia no enseña nada; solo que los hombres son desdichados, y se mueren luego.

Y hasta entonces deben bregar y afanarse, y enfrentarse a fuerzas ante las que se sienten desamparados. Es su destino; desde el principio las Madres, las antiguas diosas sin nombres de la tierra, así lo dispusieron.

No sé. Acaso vivir y ser sea más importante que agotarse en luchar y en hacer, que es el arma del hombre contra el tiempo. Pero el hombre se siente justificado por su obra, y por su obra real y efectivamente cumplida, no por lo que en potencia llevara en si. Es la alternativa. ¡Si pudiera hacer lo que deseo hoy, en vez de hacer lo que hago…! Mas importante es el navío que la estela que deja en el mar. Pero el navío se hunde, y la estela se desvanece poco a poco.

A la orilla venenosa del río de la sangre, el rojo Tinto, solo hay roca y erial. Es una Naturaleza inhumana. Yo me voy paseando por la orilla del río, ya cayendo la tarde, hasta el alto puente del tren. Debajo, como un desafío de vida, en la orilla donde nada crece, arraigan una adelfa florida, rozando el agua con sus ramas. Uno la ve, y se siente hermano de su rebeldía y su tristeza.




No hay comentarios:

Publicar un comentario